Sin miedo al éxito
De antemano te pido disculpas por este post que es un poquito más largo de lo habitual. Deseo que te guste la historia y que pueda inspirarte a accionar hacia tus cimas personales y profesionales.
Sin miedo al éxito.
Esto es lo que me repetía el guía del volcán Acatenango (3.976 m) y Fuego (3768 m) en las bajadas de arena, gravilla y rocas sin fin.
Es curioso porque me recuerdo mucho más miedosa de joven que ahora. Esto es algo que en mis veinte y pico no me hubiera atrevido a hacer y… Ahí estaba yo hace un tiempo. No solo subiendo el Acatenango sino también emprendiendo la aventura del volcán Fuego.
Por ponerte en contexto, el Acatenango son 5 horas de subida sin parar. Cuando llegas al campamento te ofrecen la opción de subir y bajar otro volcán: el Fuego. La cosa no sería tan espectacular sino fuera por las características del terreno: resbaladizo nivel Premium.
Los guías preguntaron quién quería ir al volcán Fuego:
Respuesta: 4 chicos veinteañeros y… yo.
El reto estaba servido, no solo por estado físico y la velocidad de los jovenzuelos sino por la valentía que tenían.
Nada más empezar el descenso estaba MUERTA de miedo. Pero ya estaba ahí: una mezcla de orgullo personal, amor por el reto y la superación y algo de falta de inteligencia me animaron a seguir bajando.
De esta bajada entendí que no hay que tener miedo a caerse, aunque te confieso que aún no lo aprendí. Lo entendí pero no lo aprendí y después de todo creo que sigo en ello.
Tras conseguir bajar del Acatenango y disponernos a subir el Fuego solo me decía:
“Tranquila, lo que es seguro es que aquí no te vas a quedar, así que sigue caminando”.
Sigue caminando. Just keep going.
Una gran metáfora para la vida.
Sigue caminando, ya que a cada paso la vida se abrirá y aprenderás cosas que antes de empezar no sabías.
Una vez alcanzamos la cima de Fuego entró un viento muy fuerte que nos tiraba casi al suelo, encontrándonos en un caminito enano donde había precipicio a cada lado. Añadiendo un pequeño detalle, había tanta niebla que no podías ver más allá de un metro y era ya completamente de noche.
Te confieso que entré un poco en pánico (sin el “un poco”).
Tengo miedo. Necesito ayuda. Pensé.
¿Y sabes qué?
La pedí. Me sentí vulnerable y rozando mis límites para ese día.
Así que… me agarré al brazo del guía como un clavo ardiendo.
Juntos, Lionel y yo bajamos el volcán cuál velocirraptors en busca de una presa. El resto de chicos nos seguían a duras penas.
Lionel baja casi levitando y, como era de noche, no veía un carajo, e íbamos tan rápido, prácticamente no tenía tiempo de temer. Solo de actuar.
Otra gran lección.
Cuando no ves el peligro y estás en la acción no hay espacio para el miedo.
Mientras bajábamos, Lionel, que parecía haberse tragado a un coach, me iba repitiendo:
Ana, está todo en tu cabeza.
No tengas miedo.
Sin miedo al éxito.
Finalmente alcanzamos el valle entre los dos volcanes y, ahora, solo quedaba subir de nuevo al campamento.
Estábamos a las últimas pero de nuevo me repetía.
Aquí no te vas a quedar. Sigue. A tu ritmo. Habrá un punto en el que, a pesar de las dificultades, llegarás porque has llegado ya hasta aquí y estoy muy orgullosa de ti. Fíjate todo lo que llevas recorrido. Puedes un poco más. La recompensa está en el proceso y no al final del camino.
Nos acostamos en una tienda de campaña gigante con tablas de madera y sacos para no dormir y a las 3 am empezaba el ascenso de la última cima.
En la subida a penas tenía fuerza y mi mente estaba muy rendida, tras la expedición del día anterior y 0 horas de sueño.
Pero sabes qué? Gané.
Gané a todas esas voces que me decían que no podía, que estaba demasiado cansada, que era demasiado mayor, que estaba hecha una floja. A cada paso que iba hacia delante, ellas se iban debilitando.
Había momentos en que me gritaban muy fuerte pero yo solo seguía, teniendo claro mi objetivo.
Y … por fin. Alcanzamos la cima del Acatenango con su amanecer espectacularmente bello.
Hasta aquí todo bien.
Pero tocaba bajar hasta el campamento a desayunar y la bajada de la cima al campamento me recordó mucho a Fuego y entré casi en mi límite.
¿Sabes qué? Estaba harta.
Harta de tener miedo. ¿Te suena?
No estaba harta de caerme. De hecho en toda la excursión no me caí ni una vez.
Estaba cansada de mí.
Y me quería rendir.
Quería desesperadamente dejar de resistirme a la posibilidad de caerme.
Te resumo en porcentajes lo sucedido:
– De todo el tiempo de bajadas estuve el 100 % en miedo a caerme.
– Quizás un 20 % de la bajada casi me caigo.
– Un 0 % me caí.
¿Y qué hice con ese 80 % del tiempo donde no pasaba nada?
Perder energía, desgastarme y perder confianza, alimentar mis miedos.
Aprendí mucho más de las veces en las que casi me caí que en las veces en las que no.
De hecho, aprendí a casi caerme. A seguir el flow del resbalarme y a reequilibrarme mucho más rápido.
Y no solo lo aprendí de mi propia experiencia.
Observé a todas las personas que bajaban con plena confianza.
Ellas tenían un modo muy particular de volver a su centro.
Ellas simplemente no se resistían a los reveses, ni resbalones de la vida.
¿Te suena esta historia?
Salvando las distancias de la metáfora, esta historia podría ser la tuya.
Podría ser la nuestra.
Sin miedo.
Sin miedo al éxito.
Porque aprendiste y mucho más de las veces que te caíste que de las veces en las que te resististe.
Déjate caer.
Te dolerá mucho más a la larga no hacerlo.
Deja de resistirte a cualquier cosa a la que te estés resistiendo.
Mucho mejor: aprende a caer.
Gracias por leer hasta aquí y de aquí en adelante, te deseo mucho Ubuntu.
¡Un abrazo y ojalá seas tú todos los días de tu vida!