Nunca vienen solos

En el pasado post compartía contigo mis reflexiones acerca mi subida a los volcanes Acatenango y Fuego y cómo lo que allá sucedió bien podría aplicarse a la vida…
¿Te dan miedo las bajadas?
A pesar de sentir que puedo gestionar el miedo a las bajadas, todavía siento ese miedo al pensar en una bajada.
Es decir, se pueden llegar a gestionar los miedos para que éstos no sean limitantes y aún así sentirlos. Por medio de la técnica de exposición, el cuerpo cada vez de acostumbra más a la sensación y la vuelve conocida, familiar y abordable.
Si me permites, abro un paréntesis un poco “hierbas”:
Es curioso como una emoción “irracional” puede paralizarte y limitarte. Es decir, entiendo que tengas miedo a ir en moto si has tenido algún tipo de mala experiencia, pero si no la has tenido, ¿de dónde nace el miedo?
¿Dónde nacen los miedos de las cosas que nunca viviste?
Conversando con Amy, reflexionábamos acerca de los miedos irracionales y nos preguntábamos si estos miedos podrían ser o bien de otras vidas, o bien heredados de alguna forma. Independientemente el origen de nuestros miedos, ¿qué debemos hacer con ellos?
A. Recordar qué fue lo que nos provocó ese miedo
B. Atravesarlo
C. Dejarlo pasar
D. Otra
¿Cuál es tu respuesta?
Los miedos no vienen solos… Ups
Tras haber experimentado en menos de 24 horas, unas 9 horas de miedo irracional de manera intensa, empezaron a “pasar” cosas raras. Solo te contaré una de las muchas anécdotas:
Para ir del campamento base del Acatenango hasta el volcán Fuego se tiene que pagar un extra de 250 quetzales y, como uno de los chicos que quería ir no tenía, le presté. A la bajada de la expedición me entregaría el dinero.
Cuando llegamos a la ciudad, al lugar donde debíamos devolver los materiales prestados, no lo vi. Pero vi a su amigo, quien me dijo: “Se ha ido para no tener que pagarte, jaja”. Obviamente era una broma.
El chico al que le presté el dinero, al que llamaremos “Rob” volvió al cabo de unos minutos, acalorado y sudando explicándome que no había cajeros que funcionaran. Le dije que no pasaba nada porque ambos íbamos a estar por Antigua (una ciudad pequeña) hasta el día siguiente por la noche.
Por la tarde de ese mismo día le informé de donde estaba y me dijo que no creía que pudiera llegar y añadió un “Keep in touch”.
A estas alturas ya algo me parecía raruno pero como soy de confiar, dejé pasar el pensamiento.
A la mañana siguiente fui con un amigo a tomar café y le conté toda la historia y que Rob todavía no me había contactado.
El me dijo que no iba a volver a ver el dinero y que lo sabía porque esa era su experiencia en todos los casos.
Yo le dije: Mira, da igual porque si él no me lo devuelve es cosa suya. Yo estoy tranquila y contenta por mis actos.
El puso en duda el buenismo budista, alegando que ese buenismo nos estaba dejando tontos, sin poner límites y sin evolucionar.
Te confieso que dejé que esas ideas entraran en mí por unos momentos.
Así que, invadida por el espíritu de poner límites y pedir lo que era lo mío, le escribí de nuevo a Rob, indicándole dónde estaba y que sería genial si me pudiera acercar el dinero ya que más tarde me iba a estar moviendo y sería más complicado.
Me sentía muy revuelta, incómoda, desalineada y con un sentimiento extraño de culpa y decepción de mi misma. Aún no tenía claro el porqué. Más tarde lo averiguaría.
Rob apareció a los 10 minutos, disculpándose, con el dinero y agradecido.
Me dijo que se había quedado frito por la noche y que lo sentía.
Mi amigo “desconfiado” se fue y yo me quedé con Rob y su amigo charlando.
Sentí una gran oleada de vergüenza, arrepentimiento, culpa y decepción hacia mi misma.
¿Te ha pasado alguna vez que cambias de criterio u opinión por la influencia de otro y luego te arrepientes?
Ese era uno de esos momentos.
También te digo una cosa…
Si esto no hubiera pasado, no hubiera tenido tan claro cómo quiero elegir interpretar mi vida.
Tras ese episodio, vinieron algunos otros donde experimenté las mismas sensaciones de culpa, miedo al rechazo, vergüenza, sensación de defraudar, …
Ese miedo sostenido en el tiempo,
había hecho una fiesta,
A la cual había invitado a todos los demás.
Y ahí estaba yo, mujer creyéndome niña,
A punto de romper.
En medio de la fiesta de los miedos.
Sin poder salir.
Call yourself back in, me dije.
Me llamé hacia dentro.
Hacia el silencio.
Me miré al espejo y me dije:
Son solo miedos.
Puedes con ellos.
Mujer.
Y, de nuevo, welcome al mundo de las interpretaciones. Puedes elegir:
A. ¡Qué mierda! ¿Por qué me siento así de mal? No quiero sentir miedo, ni decepción, ni culpa, ni tristeza.
B. Qué bien que estén saliendo todos los miedos juntos y a la vez, para saber cuáles me acompañan y encontrar mejores estrategias para recuperar mi poder y mi confianza en mí. Y, además, cada día un poquito mejor. Más sólida, más entregada.
¿Qué eliges tú?
¿Observar la adversidad y revolcarte en ella o convertir cada semilla de adversidad en una oportunidad para crecer?
Yo elijo entender cada adversidad como parte de mi proceso de crecimiento.
Yo quiero y elijo seguir confiando en todas las personas del mundo hasta que se demuestre lo contrario.
Yo elijo seguir creyendo que todos tenemos una historia que explica porqué hacemos lo que hacemos.
Elijo creer que todos formamos parte del mismo juego.
Yo elijo ser amable, generosa y actuar de manera abundante con todo aquel que me encuentre, aunque no vaya a recibir un “beneficio” por hacerlo (el beneficio ya lo recibo cuando actúo incondicionalmente pero ya sabes a qué me refiero).
Yo elijo liberarme cada día un poco más de mis miedos para dejarle espacio a mi yo más valiente.
Yo elijo tirarme a la vida, entregada, confiada y amorosa conmigo y con los demás.
Yo elijo afrontar, amar y abrirme a lo que venga.
Yo elijo.
Tú eliges.
¿Qué eliges tú?
¡Un abrazo y ojalá seas tú todos los días de tu vida!